domingo, 7 de octubre de 2007

Crímenes ejemplares













Releo a Max Aub un poco por mi necesidad, perversa e irremediable, de la hilaridad negra de los Crímenes ejemplares; un poco por compartirla con cualquier caminante que se tope con este blog:



¿Usted no ha matado nunca a alguien, por aburrimiento, por no saber que hacer? Es divertido.



De mi no se ríe nadie. Por lo menos ése ya no.


¡Era safe, señor! Se lo digo por la salud de mi madrecita, que en gloria esté… Lo que pasa es que aquel ampayer la tenía tomada contra nosotros. En mi vida he pegado un batazo con más ganas. Le volaron los sesos como atole de fresa.



¡Si el gol estaba hecho! No había más que empujar el balón, con el portero descolocado... ¡Y lo envió por encima del larguero! ¡Y aquel gol era decisivo! Les dábamos en toditita la madre a esos chingones de la Nopalera. Si de la patada que le di se fue al otro mundo, que aprenda allí a chutar como Dios manda.




Estábamos en el borde de la acera, esperando el paso. Los automóviles se seguían a toda marcha, el uno de tras del otro, pegados por sus luces. No tuve más que empujar un poquito. Llevábamos doce años de casados. No valía nada.




Ahí esta lo malo: que ustedes creen que yo no le hice caso al alto. Y sí me paré. Cierto que nadie lo puede probar. Pero yo frené y el coche se detuvo. En seguida la luz verde se encendió y yo seguí. El policía pitó y yo me detuve por que no creía que fuera por mí. Me alcanzó enseguida con su motocicleta. Me habló de mala manera: “Que si por ser mujer creía que las leyes de tránsito se habían hecho para los que gastan pantalones”. Yo le aseguré que no me pasé el alto. Se lo dije. Se lo repetí. Me solivianté: la mentira era tan flagrante que se me revolvió la sangre. Ya sé que no buscaba más que uno o dos pesos, tres a lo sumo. Pero bien está pagar una mordida cuando se ha cometido una falta o se busca un favor. ¡Pero aquel momento lo que sostenía era una mentira monstruosa! ¡Yo había hecho caso a las luces! Además, el tono: como sabía que yo tenía razón se subió enseguida a la parra. Vio una mujer sola y estaba seguro de salirse con la suya. Yo seguí en mis trece. Estaba dispuesta a ir a tránsito y a armar un escándalo. ¡Porque yo pasé con luz verde! Él me miró socarrón, se fue delante del coche e hizo el intento de quitarme la placa. Se inclinó. No sé que me pasó entonces. ¡Aquel hombre no tenía derecho a hacer lo que estaba haciendo! Yo tenía razón. Puse el coche en marcha, y arranqué…




Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo maté de verdad. Sin remedio.




Era más inteligente que yo, más rico que yo, más desprendido que yo; era más alto que yo, más guapo, más listo: vestía mejor, hablaba mejor; si ustedes creen que no son eximentes, son tontos. Siempre pensé en la manera de deshacerme de él. Hice mal en envenenarlo: sufrió demasiado. Eso, lo siento. Yo quería que muriera de repente.


Tenía un forúnculo muy feo, con la cabeza gorda, llena de pus. El médico aquel -el mío estaba de vacaciones- me dijo:

- ¡Bah! Eso no es nada. Un apretón y listos. Ni siquiera lo notará.

Le dije que si no quería darme una inyección para mitigar el dolor.

- No vale la pena- lo malo es que al alado había un bisturí. Al segundo apretujón se lo clavé. De abajo a arriba. Según los cánones.




La hendí de abajo arriba, como si fuese una res, por que miraba indiferente hacia el techo mientras hacía el amor.



Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía.




Era tan feo el pobre, que cada vez que me lo encontraba, parecía un insulto. Todo tiene su límite.




Lo maté por que en vez de comer, rumiaba.




Le pedí el Excélsior y me trajo el popular. Le pedí Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí una cerveza clara y me trajo una negra. La sangre y la cerveza, revueltas por el suelo, no son buena combinación.




Lo maté por que tenía una pistola. ¡Y da tanto gusto tenerla en la mano!




Lo maté por que bebí justo para hacerlo.




La maté por que me dolía el estomago.




La maté porque le dolía el estomago.




La maté por no darle un disgusto.




Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para ella.



Lo maté porque me dolía la cabeza. Y él venga hablar, sin parar, sin descanso, de cosas que me tenían completamente sin cuidado. La verdad, aunque me hubiesen importado. Antes, miré mi reloj seis veces descaradamente: no hizo caso. Creo que es una atenuante muy de tenerse en cuenta.




¿Ustedes no han tenido ganas de asesinar a un vendedor de lotería, cuando se ponen pesados, pegajosos, suplicantes? Yo lo hice en nombre de todos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Pobrecita? já. Fui yo quien durante años soportó su halitosis... hasta el último aliento.

Era pisis, y yo acababa de oír aquello de que el pez por su boca muere. De cerca tenía un aliento nauseabundo, de lejos su versión de la Callas era infame. Pero a cien metros, esos dientes de ardilla eran imperdibles, incluso para una mira telescópica tan chafa.

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